Cada vez que escucho a un grupo de enfervorecidos hinchas de la selección ese cántico de "Yo soy español, español, español..." me pregunto: ¿Qué identifica a un verdadero español? ¿Qué nos diferencia de, por ejemplo, un inglés (aparte del color cangrejo que adquieren cuando les da el Sol)?... y se me vienen a la cabeza muchas cosas.
Ser español es dejar para mañana lo que puedas hacer hoy.
Ser español es opinar de todo sin saber de nada.
Ser español es apuntarse las victorias de otros, aunque no hayas tenido nada que ver, y ecaquearse de las cagadas propias.
Ser español es hablar a voz en grito para demostrar que tus argumentos son más validos que los de tu vecino.
Ser español es sentir un placer cuasi místico al pronunciar las palabras "ya te lo dije".
Ser español es pagar religiosamente 89 € para montar una caseta de feria con tus amigos y quejarse porque el Whatsapp cuesta 89 céntimos.
Pero si hay algo que inequívocamente nos define como sociedad es que nos gusta la economía sumergida, los pagos en B, las chapuzas sin factura y los contratos "simulados" y "en diferido".
España es y siempre ha sido un país donde el trabajo honrado carece de cualquier valor y no es más que un intercambio de favores como el que realiza una prostituta cualquiera en una esquina cualquiera. "Hoy por tí, mañana por mí" es la máxima que rige las relaciones laborales-personales y que conduce este país a 200 km/h y sin frenos por el tortuoso sendero de la economía mundial.
¡Uh! ¡Ah! ¡Oh! se oye exclamar en las tertulias televisivas cada vez que se destapa un nuevo caso de corrupción. Urdangarín, Correa, Sepúlveda, Bárcenas, Lanzas, Torres, Calatrava, Camps, Blanco... han desplazado a los Matamoros, Esteban, Pajares o Campanario en el prime-time televisivo (bueno, por lo menos en algo hemos mejorado) y cada día asistimos a un morboso espectáculo en el que se revelan contabilidades B, llamadas telefónicas, peleas de jueces, trajes a medida, cuentas en Suiza, e-mails personales, fiestas con coca y confeti... todo ello seguido de tertulianos indignadísimos y televidentes envíando SMS para cagarse en todo (SMS de 1,20€, pero eso sí, quejándose de los 89 céntimos de Whatsapp).
Juez Ruz vs. Juez Bérmudez en la pelea final por el caso Bárcenas
Pero ya lo dice el tantas veces acertado refranero español, esto es sin duda un caso más de "ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio".
Y es que esta panda de corruptos, buitres, ladrones y bandidos no son otra cosa que la exhibición pública y la caricatura exagerada y grotesca del español medio.
Se nos acaban los insultos para estos/as señores/as (y fíjense si hay insultos en esta bella lengua que es el castellano) cuando todos hemos sido cómplices, cuando no partícipes, de tropelías del mismo estilo a mayor o menor escala.
Nos rasgamos las vestiduras por el hecho de que los cargos de la Generalitat Valenciana recibiesen trajes y bolsos a cambio de concesiones de obra pública o de que la cúpula del PP recibiese sobresueldos por obra y gracia de las donaciones de diversas empresas cuando el "regalismo" está enraízado en lo más profundo de la cultura española desde tiempos inmemoriales.
No es extraño que cada vez que se publica una concesión o se adjudican plazas públicas para determinados de servicios aparezcan por las institutuciones múltiples regalos que alcanzan desde el consejero o delegado de turno hasta el conserje.
Tampoco lo es que cada 12 de octubre los empresarios locales vayan al cuartel de la Guardia Civil con una selección de sus mejores productos para agasajar a la benemérita.
¿Y por qué se hacen estas cosas? ¿Porque los adjudicatarios son conscientes de los modestos sueldos del funcionariado de base y quieren hacerles llegar un bonus en forma de jamón que ya lo quisiera para sí el mismísimo Rodrigo Rato? Obviamente no.
La finalidad tras estas "altruistas" donaciones es obtener un rédito en forma de renovación de contrato para el año que viene, o un paseíto más para vigilar tus instalaciones.
Y todos, repito, todos, hemos mojado los pies en ese arroyo de corrupción que corría delante de nuestras puertas a fin de no ser menos que nuestros vecinos.
Pero ya se sabe, y me vuelvo a remitir al refranero español, que de aquellos barros vienen estos lodos y ahora que nos vemos encenagados hasta el cuello no dudamos en poner en la picota a los que comandaban el barco olvidando lo agradecidos que estaban los que remaban en galeras con los jamones, las cestas de Navidad, los sobres etc. etc.
Ahora que parece que estamos de nuevo al borde de la IIIª Guerra Mundial con la escalada de tensión en Corea, me imagino un futuro donde algunos supervivientes recorrerán un mundo postapocalíptico al más puro estilo de "La carretera" de Cormac McCarthy y al llegar a España encontrarán la piedra Rosetta de nuestra sociedad, en forma de los papeles manuscritos de Bárcenas y comprenderán lo que llevó al fracaso al Estado que una vez fue "Imperio donde nunca se ponía el Sol" y que cayó por la soberbia de sus habitantes como una versión 2.0 de Babilonia.
La piedra Rosetta de la corrupción

